Mi suegra, que nunca ha sido mi
filosofo de cabecera, dijo en cierta ocasión, como una de sus coletillas
habituales, que la vida se acaba a los 50 años, y que a partir de entonces se
empieza a morir.
Como es natural, hasta llegar a
esa edad, no le hice ni el más mínimo de los casos, ni en eso, ni en casi ninguno
de sus pensamientos.
Pero hete aquí, que al llegar a
la mágica edad, empezaron a acontecerme una serie de deterioros físicos
irreversibles, que me replantearon su aseveración.
Yes que sabe mas el diablo por
viejo …
No se trata de ser un
hipocondriaco, es ser objetivo con la cruel realidad. Pues si bien en
ocasiones, yo mismo me he reconocido cercano a esos obsesos, que ante una
pequeña dolencia se creen presa de una repentina y fulminante enfermedad, ahora me enfrento a algo tangible. Los
resultados analíticos me han hecho cambiar la perspectiva al respecto.
Si antes he comentado los
cincuenta años como punto de inflexión, la realidad es que en cuestión de mi
salud, han sido dos los momentos. El primero el embarazo de mi esposa de mi
primer hijo, y el segundo y más importante el día que decidí dejar de fumar.
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